Mis pasos eran cautelosos no sólo por mis piernas débiles, sino porque no sabía si aquella cosa-máquina tan fascinante era peligrosa o no. Poco a poco los destellos luminosos dejaron de deslumbrarme y me di cuenta que el núcleo del monstruo era un cerebro incrustado con cables y pedazos electrónicos; un líquido negro escurría a chorros de éste. Era una escena tan hórrida como llamativa; no obstante, mi instinto me seguía acercando a él sin sentir miedo. Era una atracción casi magnética.
A pocos centímetros, estiro mi mano para tocar a la cosa-máquina que no dejaba de observarme. Al hacer contacto, inmediatamente siento una descarga eléctrica que se extiende por todas las pantallas del pasillo y que me petrifica de inmediato; trato de retirar mi mano pero no puedo. Las pantallas que hace unos momentos parecían convulsionarse, ahora una a una iban cobrando sentido y mostraban imágenes difusas. Volteo a ver mi mano con desesperación, pero ésta sigue adherida al luminoso revoltijo de carne y cables. Regreso mi mirada a las pantallas y por fin logro distinguir algo en ellas.