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9a

El dolor me arrolla con la fuerza de mil trenes. Suficiente para arrancarme de mi estado adormecido; suficiente para darme la fuerza para sacar la mano de esa cosa. Caigo al piso y me reincorporo. Con la fuerza que me queda, corro para salir del pasillo de la estación hacia la calle. Las pantallas del corredor nuevamente parpadean enloquecidas. Poco a poco, la adrenalina se me va agotando pero llego a a la salida. Finalmente estoy fuera. Me detengo para verificar que no haya peligro y busco un lugar para sentarme. Tambaléandome, reparo en que sigue lloviendo fuertemente y en que hay sangre chorreando de mi nariz. Me siento muy débil y mareada. Me acerco a una ventana de uno de los edificios para ver cómo estoy. Con la vista borrosa, me toma más de un segundo poder distinguir mi reflejo en el vidrio. Cuando la imagen se aclara, finalmente me veo y veo mi cara ensangrentada así cómo mi cabeza a la que le falta una mitad. Nerviosamente subo mi mano para tocar el hueco en mi cráneo y lo único que siento es plastico y silicio derretidos. Es irreversible. El shock hace que mi equilibrio y mis piernas por fin cedan. Me caigo hacia atrás sobre la banqueta pero ya no siento dolor, sólo la sangre que sigue saliendo de mi nariz y boca. Me quedo tirada y, antes de dejarme arrullar por el sueño y el mareo, volteo al cruce de la calle y sólo veo a una persona. Está esperando a cruzar la calle. Tiene la cabeza completa. De repente voltea y me saluda con la mano y una sonrisa... No otra vez...

fin

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